Tenemos un enfermo sobrediagnosticado, al que todo el mundo parece querer seguir haciéndole pruebas, pero al que no parece que nadie vaya a poner en tratamiento. Ya es cansado tener que volver a decir que en nuestro sistema se incide demasiado en la memoria, en los conocimientos teóricos (vistos a toda prisa), en las técnicas matemáticas (también vistas deprisa, y por tanto no convenientemente asimiladas).
Hoy me voy a desahogar (sí, lo reconozco), contanto una anécdota del instituto de mi hija. Creo que hay anécdotas que son significativas. Mi hija estudió un año fuera, y su inglés es más que razonable. Tenemos en casa una antigua compañera suya, también con un inglés estupendo. En la asignatura de Ampliación de inglés – dedicada esencialmente a comunicarse, como debe ser- las dos obtienen sobresaliente, sin demasiado esfuerzo. Sin embargo, en la asignatura obligatoria las dos se han quedado en un «siete y pico». Nuestra invitada lo dice claro: la gramática que estudian es difícil, jamás le han aparecido cosas como esas en su cole austriaco. Sin embargo, aproximadamente la mitad de la clase se encuentra con enormes dificultades para producir una frase en inglés. La situación ha llegado a tal punto que los propios chicos (sí, en 1º de Bachillerato parece que ya han espabilado, y hasta quieren aprender) han hablado con la profesora, proponiéndole opciones para aprovechar esos cuantos alumnos que ya hablan, y conseguir que todos arranquen a hablar, al menos un poco. La respuesta de la profesora me ha dejado estupefacto: si quieren hablar, que queden después de clase en algún sitio. Vamos, que la clase de inglés no es el lugar … para hablar en inglés!
Como siempre digo en estos casos, una aclaración: no es mi intención culpar a la profesora. Estoy convencido de que lo hace con la mejor intención, para «cumplir el programa». Simplemente, me parece un síntoma evidente del desenfoque de nuestro sistema educativo.